He de advertir de entrada que el
mal de África, no se trata de ninguna enfermedad ni terrible padecimiento, sino
de un estado emocional que los viajeros experimentan cuando visitan el
continente negro y les incita a regresar constantemente.
Pero antes de relatar la historia
de dos personajes afectados por este síntoma que conocí en dos momentos y
lugares distintos, describiré cómo comenzó aquel 24 de Julio de 2012 en Asilah.
“Viajar a Marruecos en Ramadán es
cambiar la noche por el día”, me decía un tendero de la medina de Asilah. Y
realmente, la luz, el bullicio de tiendas y mercados comienza una vez que las
sirenas advierten el ocaso y anuncian la ruptura del ayuno.
De Asilah tomé rumbo a Larache, a
unos 40 Kms. Iba apretujada, en los conocidos taxis colectivos, “mercedes benz”
color crema, antiguos pero resistentes y duros a prueba de choques. El
trayecto, bastante ameno bajo los sones de música magrebí, discurría por
carreteras secundarias salpicadas por hileras de alcornocales y álamos.
Disputada por portugueses y españoles,
Larache se convirtió a principios del siglo XX en una de las ciudades del
protectorado español cuyo plan de ensanche en torno a la ovoidal plaza de la liberación sirve de punto de partida a un trazado de calles en abanico.
Elegantes edificios proyectados por arquitectos hispanos como el mercado, el
hotel Oriente, o el hotel España conjugan el característico eclecticismo,
orientalismo, art dèco y racionalismo de principios de siglo el Norte de
Marruecos.
Plaza de la Liberación o de España en Larache.
Un interesante ejemplo del urbanismo del protectorado español
Pues bien, en la cafetería del
hotel España, me topé con
uno de tantos caminantes, viajeros con los inesperadamente a veces se inicia una
conversación.
Septuagenario, con camisa
hawayana y pinta indudable de aventurero francés, Charles, que así se presentó,
llevaba escrito en sus ojos el África más profunda. Pronto iniciamos una fácil
charla que me hizo desplazar desde París, a Togo, Mauritania y Mali.
Desde Auxerre llegó a cruzar con
su coche, varias veces el Sáhara atravesando Mauritania, Túnez y Argelia. Y su
vida, dedicada al comercio le había permitido estar en continuo movimiento por
casi todo el mundo. Contaba que en sus periplos llegó a encontrarse a un
anciano inglés que peregrinaba por el desierto a pie.
Su modus vivendi le llevó a fijar
residencia en varios países del África Subsahariana. Y aquel día comprendí como el
viejo y misterioso continente se había convertido, en un mundo de mundos, en
una liberación y en una peregrinación constante.
No menos curiosa era su tarjeta
de visita. Decía: “Charles Internacional”, y tenía seis números de teléfono de
varios países: Togo, Camerún, Francia, Mali y Burkina Fasso, sus patrias para
las que la distancia no eran obstáculo sino una forma de vida exprimida al
máximo y donde en cada una de ellas conservaba sus amores. Un alegato contra
convencionalismos y un ejemplo de una existencia plena y libre.
A Ted le conocí ese misma tarde de vuelta a Asilah. Ted no conocía a
Charles, pero los he querido unir en esta historia, ya que a ambos sólo les
separaban unas horas y cuarenta kilómetros en mi concepto de espacio-tiempo. Es
decir, no hacía ni medio día que me encontré con Charles en aquel café de
Larache cuando esa misma noche me crucé con Ted junto a la medina de Asilah.
Una de las artísticas fachadas en la medina de Asilah
De pronto se entabló una
conversación inesperada en español ya que Ted venía de Cataluña. Y enseguida
pude contemplar que su mirada tenía aquella luz permanente que me recordó a
Charles. Ted era mucho más joven y apenas cruzamos algunas palabras comenzó a
hablarme de Conakry (Guinea Bissau) mientras sus ojos destellaban un brillo
especial.
Era como si África hubiera
quedado dibujada en el iris de ambos, acelerando palabras y emociones a medida
en la que iban desgranándose sus vivencias. Tenía ante mi el llamado mal de
África” que descubrí en el norte del continente. Y de repente, pensé si yo
también sufría ese síndrome que me hacía cruzar tantas veces el estrecho a pesar
de no haber llegado a latitudes tan meridionales.
Pero la dura realidad de Ted era
muy diferente a la de Charles. Ted era un superviviente, un español con pasaporte
de turista que en realidad se buscaba la vida en Marruecos a modo de emigrante
ilegal
Ted era una víctima cercana de
la grave crisis que asola España. Sobrevivía por las calles de Asilah
captando a turistas europeos para trasladarlos de un punto a otro de Marruecos
y conseguir así unos honorarios con su furgoneta. Su subsidio de desempleo ya expirado no le
daba otra opción, ya que con más de cincuenta años, la costa catalana prefiere
mano de obra barata, joven e inmigrante.
Así que cansado de que en nuestro
país no le dieran ninguna otra opción, deambulaba de turista en turista por el norte de Marruecos, con una red de socios locales que con artes de persuasión y
fácil conexión les permitía generar una clientela en varios puntos. Y de este
modo enmascaraba su actividad para no hacerla tan evidente a la par que evitaba
la competencia que pudiera darse con el gremio de taxistas colectivos.
España y la crisis habían
convertido en Ted en un trabajador clandestino pero legítimo fuera de su país,
haciendo lo que mejor sabe hacer. Destilar conocimiento, cercanía y simpatía en
sus traslados y ofrecer 7000 kms por África Subsahariana. Un curioso recorrido
por sus gentes, su geografía, su paisaje y sus vivencias.
Me llevo de él una humildísima
tarjeta de visita. Un trocito de papel que dice: “Viaje a Afrika:
Barcelona-Conakry. 5 países, 7000 kms, 22 días". Como también me llevo de
Charles lo que ahora entiendo como síndrome o mal de África. Una actitud ante
la vida, un estado de translocación permanente y un retorno al continente donde la humanidad surgió.