BIENVENIDO/A

Espacio de relajación y reflexión, el diván tiene sus orígenes en la antigüedad al discurrir a largo de las paredes de las viviendas romanas más acomodadas y constituir en la arquitectura palaciega islámica una estancia privada común para el reposo y el deleite.

"El diván de Nur" viene a ser un lugar virtual para la catarsis que provocan enclaves, historias, vidas, ciudades, sitios y paisajes del mediterráneo.


Una mirada introspectiva, retrospectiva y exploratoria por al-Andalus, el Magreb y la diversidad cultural del Mare Nostrum de una historiadora en permanente búsqueda

sábado, 20 de julio de 2019

Eyüp (Estambul). Barrio sagrado y una historia de amor clandestino.


Entré en el  “Estambul Otomano” de la mano de Goytisolo y salí de él con la novela “Aziyadé” del escritor postromántico francés, Pierre Loti
Un buen amigo me recomendó visitar su animado café panorámico en el alejado barrio sagrado de Eyüp. Recordar Estambul es volver a sentir mis pasos por tan fascinante metrópoli entre dos continentes y una confluencia de sonidos, músicas y lenguas. Pocos días pero intensos antes de que la memoria vaya disipándose.
Gatos y perros pululan conviven y viven naturalmente en la ciudad en perfecta armonía donde los ciudadanos los cuidan y miman. Pero lo primero que me sorprendió de esta gran urbe de quince millones de almas, y ya lo advertía Goytisolo, fue el respeto y la veneración profesada a los antiguos árboles cada vez más escasos por talas masivas. Una antigua creencia turca refiere que los djinns o genios protectores invisibles velan por su integridad protegiendo sus frutos. 

 Santuario de Eyüp
Desde la animada plaza Taksim había un bus directo que me llevaría hasta Eyüp. Eyüp recibe el nombre de Ayyub, compañero de Mahoma y que llegó a la ciudad entre los años 663 y 667 donde murió y fue enterrado. Cuando los turcos conquistaron Costantinopla  Mehmed II encontró milagrosamente aquí su tumba señalando su emplazamiento con dos plátanos. Luego ordenó construir un mausoleo y una mezquita en su honor, la más antigua de la ciudad.

Mezquita de Eyüp.  
Estaba muy nublado y las nubes casi parecían hacer juego con el tono grisáceo de la caliza estambuleña. Bandadas de pájaros sobrevolaban y parecían dirigirse a las empinadas colinas de los alrededores donde empezaban a divisarse escalonadamente las tumbas del enorme cementerio en el que los difuntos desde hace siglos se afanan por descansar eternamente cerca del santo Eyüp. 

Uno de los dos plátanos que según la tradición, indican la tumba de Eyüp

Un teleférico me elevó al encantador café-mirador llamado Pierre Loti en honor a Eyüp,
donde el escritor residió y contemplaba los míticos amaneceres y atardeceres a orillas del Cuerno de Oro. De Loti ya había leído su “Viaje a Marruecos” sabiendo de su exotismo impresionista de principios de siglo XX así como de sus diarios y memorias de Japón, Tahití, Pekín o Senegal.  
Pero la portada de Aziyadé en una pequeña librería, terminó llamándome la atención. Ya en España, leída Aziyadé, me transporta al Eyüp a principios del siglo XX, donde Loti vivió su primera gran historia de amor entre 1876-1877 que luego noveló. Entre el enclave que él vio, diferente al que conocí, recuerdo mis pasos y me acerco a los suyos.


 
Café Pierre Loti en Eyüp

La novela, casi autobiografía personal de su juventud en Estambul entremezcla retazos de diarios, paisajes impresionistas de palabras y escenas costumbristas como las tardes de café con narguile bajo los plataneros, las explanadas junto el palacio del sultán, el teatro de sombras chinescas y las travesías en barquillas por el Cuerno de Oro contemplando rosados amaneceres de palacios y mezquitas.
Escenas que envuelven sus amoríos con Aziyadé (en realidad Hakidjé); una jovencísima circasiana musulmana que conoció en Salónica y que vivía en un harén del barrio bizantino de Estambul. 
Loti fue poco a poco aculturándose, adaptándose al modo de vida de la ciudad, e incluso se disfrazó de turco para camuflarse bajo el pseudónimo de Arif Efendi. “Vivo en uno de los más hermosos países del mundo y mi libertad es ilimitada” (…)Muchas pobres gentes vivirían un año con las impresiones y peripecias de uno solo de mis días(…)


Entre idas y venidas como oficial de la armada a su buque británico (en verdad francés), se instaló en una casa de Eyüp rodeándose de dos entrañables amigos que le ayudaron a gestionar citas clandestinas con su jovencísima amada. 
Su fugaz y tortuoso romance convertido en desafío, exprimía cada noche tal y como refiere: De aquí a allá el olvido completo del mundo y de la vida: un sólo y mismo beso comienza por la noche y dura hasta por la mañana; (…) “Yo admiraba a mi amante. Yo me apoderaba en la última hora de sus rasgos amados para fijarlos en mi recuerdo. (...)Y este sueño insensato se imponía a mi espíritu: olvidarlo todo y quedarme con ella hasta la fría hora del desencanto o de la muerte”. 

Aziyadé dibujada por Pierre Loti
Llegó el momento de la despedida y de retorno a su buque en un clima prebélico antes de de que los rusos dominaran Estambul. Aziyadé que no sabía escribir ni leer pidió los servicios de un escribano intermediario a fin de enviarle cartas a Loti. 
Loti recibió noticias de que el propietario de Aziyadé, el viejo Abbedín, sospechó de su infidelidad y acabó encerrándola en un cuarto, apartada del resto del harén. Allí  murió de pena. 
No demasiado tiempo después, Loti regresó y halló Estambul entre cenizas descubriendo  la lápida de la joven. Abatido y entristecido, terminó alistándose en el ejército turco, y desertó de la marina inglesa para fenecer en la última batalla de Kars.
Muerto su personaje y de vuelta a Francia, Loti se encerró en su casa de Rochefort para escribir sus memorias. Lo hizo en una dependencia que decoró con las pertenencias que compartió con Aziyadé en Eyüp. Preso de la melancolía y sumido en un inmenso dolor decidió liberarse de él a través de esta obra, la primera que escribía y que en un principio no suscitó demasiado interés. Publicada sin su nombre y un año después de la muerte de su amada, la novela Aziyadé se hizo muy conocida en Francia lanzándole al estrellato. 

   Pierre Loti en su salón turco de Rochefort.
Pierre Loti ante la tumba de Aziyadé
Trascurrieron así años y décadas pero a pesar de que a lo largo de su vida Loti siguió gozando de amores fortuitos conyugales y extraconyugales, no olvidó nunca Estambul  y cada vez que regresaba la tumba de Aziyadé se convirtió como si fuera La Meca, en su lugar sagrado de culto y peregrinaje.

©Virginia Luque Gallegos. Todos los derechos reservados. Citar el blog si se toma como referencia. 

lunes, 15 de julio de 2019

El mal de África


He de advertir de entrada que el mal de África, no se trata de ninguna enfermedad ni terrible padecimiento, sino de un estado emocional que los viajeros experimentan cuando visitan el continente negro y les incita a regresar constantemente.
Pero antes de relatar la historia de dos personajes afectados por este síntoma que conocí en dos momentos y lugares distintos, describiré cómo comenzó aquel 24 de Julio de 2012 en Asilah.

“Viajar a Marruecos en Ramadán es cambiar la noche por el día”, me decía un tendero de la medina de Asilah. Y realmente, la luz, el bullicio de tiendas y mercados comienza una vez que las sirenas advierten el ocaso y anuncian la ruptura del ayuno.

De Asilah tomé rumbo a Larache, a unos 40 Kms. Iba apretujada, en los conocidos taxis colectivos, “mercedes benz” color crema, antiguos pero resistentes y duros a prueba de choques. El trayecto, bastante ameno bajo los sones de música magrebí, discurría por carreteras secundarias salpicadas por hileras de alcornocales y álamos.

Disputada por portugueses y españoles, Larache se convirtió a principios del siglo XX en una de las ciudades del protectorado español cuyo plan de ensanche en torno a la ovoidal plaza de la liberación sirve de punto de partida a un trazado de calles en abanico. Elegantes edificios proyectados por arquitectos hispanos como el mercado, el hotel Oriente, o el hotel España conjugan el característico eclecticismo, orientalismo, art dèco y racionalismo de principios de siglo el Norte de Marruecos.


     Plaza de la Liberación o de España en Larache. 
 Un interesante ejemplo del urbanismo del protectorado español

Pues bien, en la cafetería del hotel España, me topé con uno de tantos caminantes, viajeros con los inesperadamente a veces se inicia una conversación.
Septuagenario, con camisa hawayana y pinta indudable de aventurero francés, Charles, que así se presentó, llevaba escrito en sus ojos el África más profunda. Pronto iniciamos una fácil charla que me hizo desplazar desde París, a Togo, Mauritania y Mali.

Desde Auxerre llegó a cruzar con su coche, varias veces el Sáhara atravesando Mauritania, Túnez y Argelia. Y su vida, dedicada al comercio le había permitido estar en continuo movimiento por casi todo el mundo. Contaba que en sus periplos llegó a encontrarse a un anciano inglés que peregrinaba por el desierto a pie.
Su modus vivendi le llevó a fijar residencia en varios países del África Subsahariana. Y aquel día comprendí como el viejo y misterioso continente se había convertido, en un mundo de mundos, en una liberación y en una peregrinación constante.
No menos curiosa era su tarjeta de visita. Decía: “Charles Internacional”, y tenía seis números de teléfono de varios países: Togo, Camerún, Francia, Mali y Burkina Fasso, sus patrias para las que la distancia no eran obstáculo sino una forma de vida exprimida al máximo y donde en cada una de ellas conservaba sus amores. Un alegato contra convencionalismos y un ejemplo de una existencia plena y libre.

A Ted  le conocí ese misma tarde de vuelta a Asilah. Ted no conocía a Charles, pero los he querido unir en esta historia, ya que a ambos sólo les separaban unas horas y cuarenta kilómetros en mi concepto de espacio-tiempo. Es decir, no hacía ni medio día que me encontré con Charles en aquel café de Larache cuando esa misma noche me crucé con Ted junto a la medina de Asilah.


Una de las artísticas fachadas en la medina de Asilah

De pronto se entabló una conversación inesperada en español ya que Ted venía de Cataluña. Y enseguida pude contemplar que su mirada tenía aquella luz permanente que me recordó a Charles. Ted era mucho más joven y apenas cruzamos algunas palabras comenzó a hablarme de Conakry (Guinea Bissau) mientras sus ojos destellaban un brillo especial.
Era como si África hubiera quedado dibujada en el iris de ambos, acelerando palabras y emociones a medida en la que iban desgranándose sus vivencias. Tenía ante mi el llamado mal de África” que descubrí en el norte del continente. Y de repente, pensé si yo también sufría ese síndrome que me hacía cruzar tantas veces el estrecho a pesar de no haber llegado a latitudes tan meridionales.

Pero la dura realidad de Ted era muy diferente a la de Charles. Ted era un superviviente, un español con pasaporte de turista que en realidad se buscaba la vida en Marruecos a modo de emigrante ilegal
Ted era una víctima cercana de la grave crisis que asola España. Sobrevivía por las calles de Asilah captando a turistas europeos para trasladarlos de un punto a otro de Marruecos y conseguir así unos honorarios con su furgoneta. Su subsidio de desempleo ya expirado no le daba otra opción, ya que con más de cincuenta años, la costa catalana prefiere mano de obra barata, joven e inmigrante.
Así que cansado de que en nuestro país no le dieran ninguna otra opción, deambulaba de turista en turista por el norte de Marruecos, con una red de socios locales que con artes de persuasión y fácil conexión les permitía generar una clientela en varios puntos. Y de este modo enmascaraba su actividad para no hacerla tan evidente a la par que evitaba la competencia que pudiera darse con el gremio de taxistas colectivos.
España y la crisis habían convertido en Ted en un trabajador clandestino pero legítimo fuera de su país, haciendo lo que mejor sabe hacer. Destilar conocimiento, cercanía y simpatía en sus traslados y ofrecer 7000 kms por África Subsahariana. Un curioso recorrido por sus gentes, su geografía, su paisaje y sus vivencias.

Me llevo de él una humildísima tarjeta de visita. Un trocito de papel que dice: “Viaje a Afrika: Barcelona-Conakry. 5 países, 7000 kms, 22 días". Como también me llevo de Charles lo que ahora entiendo como síndrome o mal de África. Una actitud ante la vida, un estado de translocación permanente y un retorno al continente donde la humanidad surgió.