Viene bien preguntarnos por qué el mundo otomano y
Turquía quedan tan ajenos a los estudios sociales y humanísticos españoles.
Podemos plantearnos varias cuestiones que van desde la fobia en tiempos de los Austrias
como enemigos de guerra, el desinterés diplomático y económico que durante
siglos España tuvo en el Mediterráneo Oriental, la construcción de un
imaginario en muchas ocasiones estereotipado, la dificultad lingüística de
acceso a las fuentes primarias o su tratamiento en las últimas décadas desde el
punto de vista geoestratégico y político de conjunto.
Un período y cultura
tan potente, complejo, diverso, e influyente merecía un estudio como el que
reseñamos: “La civilización otomana” 1300-1800, del historiador Miguel Ángel
Extremera. Sílex.2020
Si bien no abundan monografías globales en español a excepción de
las de los reputados especialistas, Miguel Angel de Bunes y Francisco Veiga, la
tendencia historiográfica general ha sido la política, echándose en falta la
necesidad de un trabajo que aunara aspectos tan relevantes de una civilización
como la sociedad, la vida cotidiana, instituciones, creación artística,
mentalidades y hábitos.
A este crisol de
pueblos, lenguas y culturas que constituyó el imperio otomano desde el siglo
XIV hasta el siglo XIX, nos acerca el profesor Extremera en una obra completa e
imprescindible de conjunto. Una obra global con precisión y rigurosidad
dirigida al gran público destinado a descubrir el mundo otomano. No desde la
ficción literaria sino desde una llave que nos abre las puertas del
conocimiento histórico como instrumento de lectura, estudio y de consulta.
Los principales soberanos y el esplendor cultural
Aunque el libro que pretendemos reseñar se abre con un capítulo sobre evolución política, seguido de instituciones, sociedad y economía, nos centraremos en los que Extremera dedica a aspectos sociales y culturales. Mehmed II (1444-6, 1451-1481) apodado el conquistador (fatih) por la toma de Constantinopla en 1453, provoca la explosión demográfica de la ciudad con un ambicioso programa de obras públicas como la restauración de Santa Sofía o la construcción del Palacio Topkapi. Poseedor de una gran biblioteca tanto de fondos islámicos como clásicos y cristianos invitó a su corte a intelectuales y artistas extranjeros.Su hijo Bayezid II
(1481-1512) más religioso y contemplativo, reforzó el poder naval turco y
acogió a los sefardíes en Estambul. Tras la agresiva política exterior
expansiva de su sucesor Selim I (1512-1520)
que amplió su área de influencia hasta el Cáucaso, el norte de Irak y el
control de las ciudades santas como La Meca y Medina, Solimán el Magnífico (1520-1566) cierra la primera etapa clásica. Gran
sultán otomano por excelencia, llevó al cénit al imperio a nivel político,
económico y cultural en parte por haberse rodeado de una corte de grandes
visires y sabios.
Responsable
de la construcción de trescientos edificios, su arquitecto Sinán representó la
proyección majestuosa de la pujanza edilicia de este período y demuestra cómo
cualquier joven reclutado de cualquier credo, región o lengua del imperio
podría hacer carrera militar y profesional en el cuerpo de los jenízaros
hasta llegar a la corte.
La
impresionante mezquita de Suleimaniye resume las principales aportaciones del
arte otomano, sincretizando la tradición bizantina, islámica y europea sin
escatimar recursos. En ese sentido su originalidad estriba en que es la cúpula
la que determina la planta y no al revés (de abajo a arriba) sino de arriba
abajo.
Por otro lado, la mezquita se integraba dentro de un complejo amplio
(külliye) de dieciocho edificios como madrasas, un cementerio con los mausoleos
regios, un hospital, un hammam, un observatorio astronómico, comedores para
pobres, escuelas y tiendas.
Mezquita de Solimán. |
El
estado islámico garantizaba la autonomía religiosa de diferentes credos, desde
una mayoría musulmana que coexistía con cristianos ortodoxos, armenios, judíos
mayormente sefardíes, protestantes, coptos, bogomilos y católicos. Eso sí, esta
pluralidad de minorías no debía hacer demasiada ostentación, llevando un color
distintivo.
Así, los cristianos cubrían sus cabezas con turbante azul, el
amarillo se reservaba a los judíos y el blanco para musulmanes. Dentro del
hammam (baño), las toallas de los no musulmanes debían estar marcadas por un
signo distintivo.
Aparte
del islam oficial, se desarrolló ampliamente una religiosidad popular sufí o
mística a través de tarikat, o hermandades y cofradías de derviches como los mevlevi, seguidores del célebre Rumi que
a través de una vida cenobítica, la música y la danza, entraban en trance.
Los
naksbendîs centrados especialmente en
la oración y repetición difundieron la doctrina del célebre místico andalusí,
Ibn al-‘Arabi, mientras que los bektasi muestran
hasta qué punto el sincretismo entre shiísmo, paganismo y cristianismo podía
ser posible. Además de consumir vino, sus adeptos rendían culto a ciertos
santos creyendo que Mahoma, Alí y Allah eran una especie de “Santísima
Trinidad”.
Sin
embargo, a lo largo del siglo XVII asistimos a un período de decadencia interna
y pérdida de hegemonía internacional.
Murad
III (1574-1595) recluido en un
palacio rodeado de bufones, eunucos y mujeres, dejó que los ulemas más
fanáticos impidieran avances científicos si bien Ahmed I (1603-1617) acogió a la última oleada de moriscos
expulsados de la península ibérica que acabaron residiendo en el barrio de
Karaköy en Estambul, lugar que anteriormente había sido también refugio de
andalusíes.
No obstante la transigencia religiosa comenzó a debilitarse con la expropiación de
sinagogas e iglesias en dicha centuria. Aún así la presencia de médicos judíos
en la corte está documentada desde el siglo XVI, con la familia Hamon oriunda
de Granada.
No sólo los judíos eran requeridos por el dominio de varias lenguas
(árabe, hebreo, latín o griego) sino por su calidad científica y porque
resultaron muy útiles como salvoconducto de información exterior.
Si
el patricarca del clan Hamon, Yosef, fue médico personal de Bayezid II y Selím
I, su hijo Moses lo fue de Solimán el Magnífico llegando a acompañarle en algunas
expediciones militares. Incluso tuvo el privilegio de edificarse una gran casa
con sinagoga propia en un barrio del Cuerno de Oro.
Palacio de Topkapi. Sala de Murad III |
Los otomanos siguieron el canon de Avicena que sistematizaba la medicina clásica griega de Galeno además de reproducir una versión turca mejorada del Tasrif, célebre tratado del cirujano cordobés Albucasis del siglo X. Era común ver en los hospitales la práctica de las sangrías, la cauterización de las heridas y todo tipo de terapias con música y fragancias.
Junto
a esta medicina más académica, existía un acervo popular de creencias
procedentes de Asia Central, las tierras árabes y los Balcanes basándose en los
remedios de hierbas o el empleo de amuletos y prácticas supersticiosas.
Cuando
el almirante español Gravina visitó tardíamente Estambul a finales del siglo
XVIII se sorprendió de cómo se les hacía tragar a los enfermos trocitos de
papel con versículos del Corán como remedio curativo.
Otra
familia sefardí dedicada al comercio de gran escala, el matrimonio Mendes, tuvo
estrecha relación con Selim II e incluso sabemos del papel relevante que las
mujeres judías desempeñaban en el harem. Esther Handali y Esperanza Malchi
proveían al gineceo de joyas, sedas y prendas de vestir.
Pero sin duda Salónica fue
la ciudad sefardí por excelencia en cuyos talleres reales, los judíos de origen
hispano se dedicaban a confeccionar los uniformes de lana de los jenízaros o
cuerpo del ejército del sultán.
La
segunda etapa del reinado de Ahmed III
(1718- 1730) conocida como “Lale Devri” o época del tulipán, supuso el
renacimiento de la cultura islámica clásica con la traducción de obras árabes y
persas al turco, la apertura de madrasas, bibliotecas y la primera imprenta
otomana.
Estambul conseguía tardíamente abrirse a Europa a lo largo del siglo
XVIII a través de embajadas a Viena, París, Varsovia, Berlín, Londres a la vez
que fuentes, jardines y palacios inspirados en Versalles, embellecían la
ciudad. El embajador turco, Vasir Efendi
llegaba a Madrid impresionado por la colección de manuscritos árabes de la
Biblioteca del Escorial. De especial interés en los fondos reales fueron los
manuscritos persas procedentes de Shiraz, códices miniados con ilustraciones
minuciosas de gran valor.
Espacios
de encuentro. Cafés, teatros de sombras, baños y bazares
Patrimonio inmaterial
de la humanidad desde 2009 el Karagöz
hunde sus raíces en el mundo otomano. Se
trata de un teatro de sombras presente en Oriente Próximo desde el siglo XI
pero con particularidades turcas. Una sola persona
movía las marionetas con diferentes personajes cuya variedad de voces y acentos
dimensionaba la pluralidad del imperio.
Karagöz |
A la luz de una vela
o lámpara de aceite, el personaje principal o Karagöz, un hombre común de la
calle solía tener una conversación con Hacivat, prototipo de personaje culto
con lenguaje rimbombante y cuidado. El teatrillo de
sombras y marionetas mostraba los modelos de personajes estereotipados de la
sociedad otomana como el elegante, el gitano, el europeo, el enano, el
campesino anatolio, el adicto al opio o la mujer de relajadas costumbres. Los cafés turcos
acogían y aplaudían veladas de Karagöz que incluso llegaron a programarse en
palacio dos veces por semanas.
Esta válvula de escape social escondía sátira
política con críticas a algunos visires y funcionarios hasta acabar
censurándose a finales del siglo XIX. Cafés y tabernas eran
por tanto lugares de socialización
diversión, recreo, tertulia música y en ocasiones también de alterne.
Toda una institución en Oriente Medio y Magreb, Peçevi refiere que los cafés
aparecieron en Estambul en 1554 cuando dos sirios abrieron el primer
establecimiento siendo su popularidad tan grande que atraparon el público de
las mezquitas. Focos populares de cultura y el ocio, se jugaba al ajedrez, a
las tablas, se escuchaba a contadores de historias, música de gitanos,
recitales de poesía o se fumaba el clásico tabaco en pipas de agua o narguile
traído por los ingleses a principios del siglo XVII.
En poco tiempo también fue
consumido por las mujeres ante las críticas de los más puritanos por hacerlo al
aire libre. Si bien el vino se consumía privada y clandestinamente en las
tabernas (meyhane) regentadas por cristianos y griegos, el hachís y el opio
rondaba por estos tugurios.
La alta sociedad como
la tradición medieval islámica prefería
tertulias literarias, musicales en palacetes y salones donde se comentaban o
difundían novedades bibliográficas y artísticas al tiempo que se exaltaba la
amistad.
Cafés de Estambul a finales del siglo XIX |
Las mujeres tuvieron
su espacio de socialización en el baño turco segregadamente de los hombres. En
el siglo XVII había miles de ellos en Estambul caracterizados por su limpieza y
asequibilidad. Allí las madres escogían esposas para sus hijos y hermanos y
como en el resto de la cultura islámica, el hammam cumplía también el precepto
de las abluciones, se hablaba y
discutía al tiempo que el cliente
recibía masajes, se le lavaba el pelo, afeitaba, depilaba o perfumaba.
Si los bazares y
mercados eran espacios bulliciosos de
concurrencia animada no resultaba extraño encontrar en calles, plazas y cafés a
los saz sairleri (poetas itinerantes) que se acompañaban de “saz”, instrumento de cuerda entre
quienes destacó Karacaoglan en el siglo XVII cuyas canciones han sido versionadas por
cantantes turcos contemporáneos. Los narradores también ganaban monedas
contando relatos épicos de tradición moral mientras que los üfürükçüs pululaban por mezquitas y
tiendas ofreciendo sus servicios como curanderos de enfermedades con un solo
soplo de su aliento.
Baño turco de Çembrelitas y poeta itinerante |
Estambul se mostraba así como un hervidero de gremios
de artesanos, artistas callejeros, magos, acróbatas, funambulistas y vendedores
de amuletos. Eso sí, debía respetarse el código en el vestir distinguiéndose la
clase social y el credo a través de tejidos y joyas.
Ya fueran cristianos,
musulmanes y judíos los otomanos, de espesas barbas y largos bigotes como signo
de respetabilidad, nobleza y sabiduría se sorprendían cuando veían diplomáticos
europeos completamente con la cara afeitada.
Estambul en 1905. |
Terminada la lectura
de este interesante estudio, conviene resaltar que Miguel Ángel Extremera ha
tenido el mérito de sumergirnos en la civilización otomana con una visión muy
enriquecedora para el lector desengranando los distintos elementos de la
maquinaria estatal del imperio.
No sólo nos conduce al conocimiento de sus
grandes figuras, estratos sociales, recursos, sistema educativo, literatura y
artes sino que aporta estampas costumbristas relativas a la religiosidad,
creencias, visiones de viajeros, rituales y modus vivendi de un mundo tan
temido como asombroso, que amasó durante siglos una amalgama de pueblos,
regiones, lenguas, religiones y culturas diversas.
©Virginia Luque Gallegos. Todos los derechos reservados. Citar el blog si se toma como referencia.