Varias
veces aterricé en Melilla para pasar la frontera de Beni Ansar, camino a la
Región Oriental de Marruecos pero nunca pude quedarme en ella. Me prometí
volver algún día y el destino así lo quiso. Sabía de la antigüedad de esta urbe
portuaria donde fenicios, romanos, musulmanes, imazighen, españoles, judíos e
hindúes fueron modelándola. Intuía desde el cielo la fastuosidad de sus cúpulas
modernistas pero no tanto como cuando sus calles me abrazaron en tierra.
Una vez que caminé sosegadamente por ella,
lamenté por qué resultaba tan desconocida y a la par condenada por los
estereotipos de los medios de comunicación. De golpe y mientras caminaba por el paseo
marítimo me asaltaban las imágenes que
recordaba de Melilla por las noticias. Vallas, concertinas, policías,
inmigrantes con la piel y corazón rasgados y varados en postes en su lucha por un sueño. La frontera. Una cicatriz que cose la ciudad con alambres y espinas y
de la que sus ciudadanos no son ajenos.
Mientras tanto proseguí
caminando, miraba al horizonte, y hallé un mar de calma contrastes,
-luminosidad y vecindad.
Iglesia del Sagrado Corazón de Melilla |
Quizás no dispuse de demasiado tiempo, pero
intenté asomarme al alma de Melilla a través del escritor y profesor Mustapha
Akalay que en sólo un año de su vida, cayó rendido a sus pies.
Akalay la ha adoptado y se ha dejado adoptar
por esta patria chica gongorina que me recordó a aquella evocadora Córdoba
multicultural donde nací.
Con la ventaja de que si en Córdoba esa multiculturalidad
perteneció al pasado, en Melilla, la multiculturalidad es su gran referente; un
patrimonio del presente, único y vivo.
El patrimonio de la diversidad, de sus
gentes cálidas, cercanas, dulces y hospitalarias. Gentes con quienes resulta muy
fácil comenzar y emprender una conversación de dulces acentos con palabras y
toques andaluces, tahrifíes, árabes o castellanos. Y gentes con quienes
disfrutar de un té a la hierbabuena que ellos llaman “a la moruna”, tomar una
cerveza, un cus-cús o un buen pescado bajo sus azules cielos, los sonidos de
campanas, barcos, gaviotas y llamadas a la oración de sus catorce mezquitas.
Templo Hindú, Sinagoga Benaroch y Mezquita Aljama de Melilla. |
Me acerqué al corazón de Melilla gracias a
la obra de Akalay “Ciudadanía Plural y mezcla de Culturas en Melilla en la
era de la Globalización”. Eso sí, con la suerte de que antes de leerla
compartí algunas tardes con algunos de sus protagonistas: sus ciudadanos.
Melillenses que miran fijamente a los ojos, abren sus vidas con amplias
sonrisas y se interesan por la de las que vienen. Ciudadanos que atesoran valores
de cercanía, familiaridad y vecindad que parecen perdidos, de otros tiempos, pero
que aquí permanecen felizmente casi inalterables.
Poliédrica y multifacética, para Akalay, Melilla es un ejemplo paradigmático de espacio
geográfico marcado por su condición fronteriza. Pero una condición fronteriza
que puede ser analizada desde diferentes perspectivas fruto de su legado
mediterráneo y heredera de numerosas civilizaciones. Alimentada de de los
frutos culturales de África, de Europa, de Asia y de América,
en ella, todo ha sido equilibradamente mezclado, mestizado. Por
lo que dicho valor, su mestizaje ha hecho que las diferencias sean
inapreciables y se fundan gracias al intercambio permanente; rasgo identitario
de los melillenses.
Melilla
puede presumir de interculturalidad en mayúsculas. Una interculturalidad
heredada, espontánea pero también concienciada y trabajada en los últimos
veinte años. Prueba de ello la tenemos en su calendario festivo donde la Fiesta
del Cordero es considerada fiesta local, conviviendo con las tradicionales
fiestas cristianas como la Navidad. Junto a Ceuta, se ha convertido en la
primera ciudad de un país no islámico, en celebrar de manera oficial esta gran
fiesta de los musulmanes.
Los niños sea cual sea su credo no van a
clase el día de Yom Kippur judío y el "Happy Diwali" (el año nuevo hindú). Cuando
nace, se casa o muere algún vecino, las familias de diferentes etnias
participan y comparten gozos y tristezas en sus rituales haciendo Melilla si
cabe, más Melilla. De repente recordé una de las escenas de la película
franco-tunecina “Un verano en la Goulette” donde en una procesión, la virgen
transcurría entre rezos cristianos y yu-yús de tunecinas musulmanas ataviadas
con sus blancos haïks. Incluso em Melilla la
cadena católica Popular TV emitía programación en tamazight, años antes de que
se permitiera en Marruecos.
Un verano en la Goulette. Interesante film de Ferid Boiughedir donde la interculturalidad transcurre naturalmente en este envlave tunecino durante los sesenta. |
De manera
que después de un pequeño asomo a esta plural y diversa ciudad siento ganas
de regresar y lo haré pronto. Me he convertido en embajadora sentimental de
Melilla y considero que cualquier ciudadano peninsular debería conocerla para
experimentar que en este lado de África, Melilla lejos de las utopías, es
escuela de tolerancia, fusión y diversidad. Un paradigma presente no sólo para
España sino para Europa y el mundo, en estas cálidas aguas del Mediterráneo que
acogen y bañan de humanidad a quienes se acercan.
©Virginia Luque Gallegos. Todos los derechos reservados. Citar el blog si se toma como referencia.
©Virginia Luque Gallegos. Todos los derechos reservados. Citar el blog si se toma como referencia.