"Séneca
y el secreto de la felicidad” (Berenice 2024) es una oportunidad de reivindicar
la vigencia de su estoicismo en nuestros días. Su autor, Alberto Monterroso, doctor
latinista y uno de nuestros máximos expertos en el legado del bético de Córdoba,
nos lo cuenta de una manera próxima, estilo ágil y necesario sin aditamentos.
Con una pluma certera, directa y un análisis atemporal que trasciende,
demostrando que aún, el pensamiento senequiano por más remoto que nos parezca, sigue
calando en tiempos actuales y tendencias más allá espacios de diferentes
culturas, credos y doctrinas.
Comienza
adentrándonos en los comienzos del filósofo cordobés que aún gozando de los
privilegios de su clase por pertenecer a una de las familias más influyentes del
senado y del imperio, se vio obligado a batallar los avatares de su salud y su
destino. Y así nos muestra una vida inevitablemente ligada al “fatum”, hado o
destino. Un destino incontrolable que no tiene por qué implicar pesimismo sino responsabilidad
de saber andar por un camino a descubrir con inteligencia y coraje.
De nada sirve dejar discurrir años, lustros o décadas
si el tiempo no nos ha hecho lo suficientemente inteligentes, capaces de
anteponer pasiones como el egoísmo, el odio, la venganza, el ansia de poder, la
obsesión por el dinero, o el
materialismo. Pasiones que en suma conducen
al vacío, a la estupidez y al fracaso ya que sin reflexión, serenidad y
perseverancia no hay peor nave que la que no se sabe pilotar. En verdad, al
final fracasan muchos de nuestros planes porque no apuntan a nada ya que para
quien no sabe a qué puerto va nunca hay viento favorable.
Séneca
nos aconseja así aceptar nuestras emociones o pasiones inherentes a la
naturaleza humana pero debe tenerse acierto para dirigirlas o administrarlas
adecuadamente sin que nos dominen. En ese sentido el conocimiento y el arte
surgen como instrumento liberador, terapéutico y catártico. Objetiva nuestros
deseos y miedos, controla nuestros temores para ayudar a construirnos como
seres, en la búsqueda hacia nuestra armonía interior y la libertad.
Monterroso posee una encomiable virtud. La de extraer
de la obra de Séneca una serie de claves que pueden acercarnos a la felicidad.
A través de la vieja consigna socrática “Conócete a ti mismo”, qué mejor manera
que construir nuestro mejor castillo interior frente a la voracidad de los
reveses que nos pueden deparar las dificultades. O sea, pensar por uno mismo,
de manera independiente sin caer en la imitación sabiendo apartarse de lo
convencional y huyendo de la multitud “Fuge multitudem”. Eso sí, desde la convicción
o amor propio (no egoísmo) que convierte nuestras virtudes en nuestra mejor
fortaleza “Si esa parte está segura puede ocurrir el asedio del hombre pero no
su toma".
La felicidad de este modo no se entiende como
un bien que recibimos o intercambiamos sino un proceso de construcción
personal, “vincit qui se vincit”. Es decir, vence quien se vence con
inteligencia, mesura, equilibro con nosotros mismos y con los demás.
No se muestra como un bien que recibimos o
intercambiamos en mitad de posesiones, status y relaciones . “No hay que buscar
un buen amigo solamente en el foro o en el senado. A menudo un buen material se
desperdicia por falta de artesano” –decía-. “El mayor bien es tener un espíritu
que desprecia las cosas azarosas y se muestra feliz usando su razón. Un hombre
feliz (…) es alguien que cultiva lo honesto, está contento con su virtud, a
quien la mala o buena suerte quebranta, una persona que no conoce ningún bien mayor
que el que puede darse así mismo que tendrá como placer verdadero el
menosprecio de los placeres". “Haz lo único que puede proporcionarte la
felicidad; aparta y desprecia aquello que brilla y es externo a ti, mira al
verdadero bien y goza de lo tuyo, es decir de ti mismo y de la mejor parte de
ti".
Séneca por tanto, no nos ofrece la piedra filosofal ni
recetas simples o engañosas. Todo se reduce a lo que simplemente hoy
llamaríamos, “tomar consciencia plena de nuestra existencia”. Un status que nos
equipara a los dioses en lo mundano siempre que elijamos correcta y libremente el camino de la razón,
desprovista de pasiones, deseos, riquezas o los irrefrenables miedos a la vida
o la muerte.
Monumento a Séneca en Córdoba. Puerta de Almodóvar |
Aún en las situaciones complejas puede surgir la
felicidad, incluso carentes de libertad como le ocurrió al esclavo Epicteto.
También en las más difíciles circunstancias
de la guerra en la que participó el emperador Marco Aurelio o acompañando al propio Séneca
en medio de sus condenas a muerte. Así le decía a su amigo Lucilio. “La vida
está bien abastecida pero nosotros siempre estamos deseosos de más
abastecimiento. Nos parece y siempre nos parecerá que nos falta algo. Que
hayamos vivido lo suficiente no lo otorgan los años ni los días sino nuestra
actividad. He vivido queridísmo amigo Lucilio, cuanto era suficiente. Aguardo
la muerte satisfecho”.
Porque
en verdad, Séneca como los estoicos nos invitan a perder el miedo a la muerte
naturalizándola, sin sentir miedo, hostilidad o angustia, pero tampoco como
enseña de valor ni orgullo. Hay que
pensar a menudo en ella como acicate de aprovechar bien lo que tenemos sabiendo
gestionar bien el tiempo que nos queda. O sea, terminar nuestras vidas con el
mejor curriculum, habiendo sido una buena persona sin haberse dañado o faltado
a nuestra libertad y la de nadie llegando a la aquiescencia del ser mediante
las virtudes.
En suma al final somos tiempo, y este
éste la mayor riqueza que poseemos. “Cada día que has vivido, refería a su
amigo Lucilio, lo posee ya la muerte. Sigue haciendo amigo, Lucilio lo que me
dices que haces, abraza a todas horas. Así desprenderás menos del mañana si
tomas posesión del día de hoy. Todo es ajeno a nosotros, tan solo el tiempo es
verdaderamente nuestro”.
Virginia Luque Gallegos. https://about.me/virginialuque
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