Vuelvo a Tánger y me resulta muy difícil definir cómo esta ciudad de tantos
contrastes me incita a regresar. No he
logrado hallar las razones que me llevan a ello pero siempre en mi retina han
quedado clavados sus contornos blancos y colinas que se avistan cuando el barco
se aproxima a puerto. En mi adolescencia, desde las playas de Barbate ya sentía
curiosidad por saber qué deparaba aquella imagen blanquecina a la par tan
misteriosa y cuyas ondas llegaban a mi transistor con un dialecto árabe y algunas
palabras en español o francés. El destino me ha recompensado con su visita,
múltiples retornos y sobre todo con el dulce placer de disfrutar de veladas y
paseos con buenos amigos.
En todo este tiempo he aprendido a valorar que Tánger no debe considerarse
ciudad comercial de paso sino que su capacidad camaleónica de transformarse
desafía al movimiento y a la percepción deparando múltiples miradas que han de
captarse. Fronteriza, mediterránea, sincrética, portuaria, bulliciosa y alegre,
Tánger simboliza la apertura “iftitah” ( افتتاح ) como entrada a África y al Magreb a la
vez que sigue congregando a gentes de todas partes del mundo como se detecta en
su fisonomía urbana al albergar consulados, embajadas y residencias de
distintos países.
De hecho y desde el tratado de Algeciras que supuso el
reparto de África, entre los años 1923-1956 la ciudad gozó de un status
especial llegando a ser gobernada por una comisión internacional de seis países
(Portugal, Francia, Italia, España, Inglaterra, Países Bajos). Sus cafés, casinos,
cabarets y hoteles acogieron a espías, aventureros, comerciantes, diplomáticos
y artistas como Bowles, Capote, Tennessee Williams o Jean Genet, atraídos por un encanto al que se ya
se rindieron Delacroix, Fortuny o Matisse. De hecho, circula una leyenda que apunta
que la película Casablanca interpretada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman,
fue la internacional y cosmopolita Tánger.
Este tema conocido y tratado magníficamente por autores como Lepoldo
Ceballos y Rocío Rojas-Marcos me ha llevado a reencontrarme con lugares tocados
por la inspiración, el testimonio, el recuerdo y el tributo a aquellos años.
Marshan, barrio a unos quinientos metros de la puerta de la Kasba abre su horizonte a la
inmensidad del atlántico desde las panorámicas vistas de una necrópolis
púnica-romana. Los tangerinos pasan las tardes sentados en las fosas divisando
un estrecho que casi parece tocarse y desde donde puede apreciarse de manera
nebulosa, la ensenada de Bolonia. Justo al lado, una pintoresca calle conduce al
mítico Café Hafa fundado en 1921.
Atravesando su humilde puerta no se
espera la potente irrupción de un abrupto acantilado. Desafiando a la gravedad,
terrazas en paralelo salpicadas por agradables arboladas invitan a quedarse
todo el tiempo posible para evadirse serenamente mirando las columnas de
Hércules. Paul Bowles volvía siempre que podía para seguir soñando bajo el
deleite de un té verde con hierbabuena. De manera que Hafa pese su simplicidad
arquitectónica y ante el poder paisajístico que otorga una espectacular caída
libre al océano sigue conservando un magnetismo cautivador al que sucumbieron
también los Beatles, los Rolling Stones, Sean Connery, Churchill o los propios
marroquíes Mohamed Choukri o Tahar Ben Jelloun.
Terraza del Café Hafa al atardecer |
De Marshan regresamos a la medina para depararnos nuevas sorpresas. Cerca
del zoco chico, una pequeña calle conduce a la mellah o judería tal y como nos
advierten las joyerías y una antigua sinagoga convertida en sede de la
Fundación Lorin donde pueden hallarse fotografías de este periodo cosmopolita
de la primera mitad del siglo XX. Salpicada por algunas fondas, las calles nos
adentran a una bifurcación laberíntica que esconde el edificio de la Legación Americana.
Regalado en 1821 por el sultán Mulay Slimane al presidente nortamericano James
Monroe, sirvió de sede diplomática estadounidense si bien hoy es un museo que
acoge una interesante colección de artistas que retrataron paisajes y
costumbres marroquíes como James Mcbey, Delacroix, Fortuny o Kokoscha. Uno de
sus elegantes salones conduce a una pasarela que atraviesa la calle desembocando
a un inmueble de estilo hispanomorisco dedicado al legado de Paul Bowles. Inspirada en
la habitación de su vivienda, su sala dispone de recuerdos fotográficos,
correspondencia, biblioteca así como su trabajo de exploración musical que
llevó a cabo por distintas regiones de Marruecos en el año 1959.
Edificio hispanomorisco anexo a la Legación Americana que conserva el legado de Bowles en Tánger |
En el corazón de Tánger, el gran zoco o la Plaza 9 de Abril, se revive el espíritu internacional merced a una confluencia de fundaciones y partenariados de distintos países cuyas contribuciones salvaron el ruinoso cinema Rif para convertirlo en un interesante proyecto. La cinemateca de Tánger abrió sus puertas gracias a la labor de una activa asociación que pretende apoyar la cultura cinematográfica sin incurrir en la hegemonía de las películas comerciales. |
Espacio mixto dispuesto de café, terraza,
biblioteca-cinemateca, salas de proyección y áreas para actividades paralelas,
aporta tintes de vanguardia y modernidad a la ciudad. Una especie de Cinema
Paradiso con aire melancólico y una muestra más de que Tánger invita nuevamente
a quedarse, al menos para hacer una parada en el tiempo por los tres
inspiradores lugares que acabamos de pincelar.
Cinemateca de Tánger |
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