Decía Miguel de Cervantes cuando estuvo en Argel
que el sabir era una "lengua que en toda
la Berbería y aun en Costantinopla que
ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas
las lenguas, con la cual todos nos entendemos"
Y creí que podía encontrarme algo de ello en la
última película de Alejandro Amenábar. Pero tras ver las numerosas críticas de
distintos medios sobre "El Cautivo", he decidido ir a verla. Primero por apoyar al
cine español y porque el talento de nuestro director oscarizado no defrauda.
Segundo por acudir a ver arte cinematográfico con
mayúsculas, intentando despojarme de mis prejuicios como historiadora, al ser
consciente de que no se trata de una reconstrucción histórica propiamente
dicha.
De manera que desde mi más humilde opinión como espectadora, no como crítica de cine, que de eso hay y mucho por nuestra geografía así como periodistas entendidos, unos más politizados que otros, contaré mis impresiones.
En ese sentido hay que ir a ver “El Cautivo” siendo
conscientes de que se trata de una creación personal de su propio director en
un alarde de su ejercicio de libre expresión e interpretación.
Cierto es que me rechinó una amalgama de escenarios
arquitectónicos de distintos estilos andalusíes, mudéjares, neomudéjares,
otomanos de distintos siglos. Planos anacrónicos de indiscutible belleza con
salas, baños y patios de los Reales Alcázares de Sevilla, el mobiliario de la
Sala de Murad II del Palacio Topkapi en Estambul o una las puertas de la
Mezquita de Córdoba en la Kasba en el supuesto presidio de los cautivos.
Un orientalismo de harén quizás egipcio, no tanto
del Magreb. Cierto ensueño que se deja ver en varias escenas, con un
pictoricismo atrayente recordando a los lienzos decimonónicos de J.L Gerome, Ingres, Belly o
Fortuny.
Pero un orientalismo hedonista y carnal. No de odaliscas
sino de mancebos, claramente homoerótico. Incluso con alguna que otra licencia o mirada actual
de una especie de trieja o pareja de un amo con dos esclavos, chico o chica
besándose vagando libremente por las calles de la medina de Argel. Algo
impensable para aquella ciudad argelina por muy polifacética y abierta que se
presentara en el siglo XVI, desde el recato de costumbres en lo público.
Pensando en figuras femeninas que son escasas, excepto la de la imaginada hija del Bajá sobre la que Cervantes monta un relato a las Mil y Una Noches, quizás se ha perdido la oportunidad de poner en valor a la madre del autor y de su hermano Rodrigo que también acabó cautivo y no aparece en la película: Leonor de Cortinas. Una verdadera heroína que vendió sus propiedades y se hizo pasar por viuda para influir en conseguir parte del rescate de sus hijos en Argel.
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Una obra del orientalista J.L.Gerome en la que pudo haberse inspirado Amenábar. Se asemeja a las escenas del Bajá en sus dependencias. |
Más allá de ese hedonismo sensual que no es sino
otro cliché o arquetipo atribuido que logra una hermosa iconografía, resulta
algo preocupante el maniqueísmo con el que se trata un asunto que no tiene nada
que ver con las llamadas guerras de religiones entre el Islam y el Cristianismo. La historia no es blanca o negra, enemigos y amigos. Los conflictos son el resultado del desencadenamiento de unas causas y consecuencias forjadas a lo largo del tiempo. Siempre lo fueron y así serán.
Nadie escapa, ni el propio Alejandro Amenábar a la
creación del constructo o relato acerca de la identidad hispana que cargamos
sobre nuestros hombros desde la alteridad y no desde el reconocimiento
ancestral de nuestra diversidad compleja con múltiples matices y enfoques analíticos
En el siglo XVI el Mediterráneo se convirtió en un
mar de combates cuya hegemonía estaba en manos de tres potencias navales:
Francia por el control de Italia y Sicilia, España y el temido
Imperio Otomano. En resumen, dominio territorial y económico encadenado a numerosos intereses. Más allá del reduccionismo simplista de creer que las batallas son consecuencia de discrepancias religiosas o culturales la política de guerra y
exterior de los primeros Austrias se caracterizó por la capacidad de asumir que el Nuevo Mundo
mostraba mejores oportunidades colonizadoras que el Mediterráneo cuya hegemonía
indiscutible recaía sobre los turcos.
El odio a lo turco y a lo morisco ,por aquello de la
rebelión de las Alpujarras y su éxodo al Norte de África, estaba presente no
sólo en la obra de Cervantes sino en la mentalidad de un potente imperio
monáquico, el de la dinastía de los Austrias que vinieron de Flandes. Recordemos que Carlos V no era español y prácticamente ni lo hablaba. Felipe II heredó reinos peninsulares y de ultramar donde la que la inquisición perseguía con inquina a
conversos judíos, moriscos, bígamos, protestantes, iluminados e incluso
religiosos que intentaban traducir a lenguas no latinas o interpretar textos
bíblicos. Ojo! La Inquisición tampoco fue meramente hispana. En Francia y Europa se seguía condenando la herejía bajo bula papal.
Pero aclarando un poco el contexto, vayamos a la
cuestión biográfica sin ser cervantóloga ni pretender tener ese gran honor. El
Cervantes que nos presenta Alejandro Amenábar es un joven lleno de vida,
repleto de talento por contar historias y relatos como bien demostró en el
Quijote. Un recurso para evadirse de la cruda realidad, que nos recuerda a
Benigni en "la Vida es Bella" o alguna que otra cinta.
A veces el espectador puede creer ver a Amenábar en
Cervantes que acierta al resaltar el alegato de la libertad sin ningún pudor.
La interpretación y fuerza de los personajes resulta
deslumbrante, desde Julio Peña como un creativo, intrépido y genial joven
Cervantes, Fernando Tejero cuyas dotes dramáticas sorprenden en su rol del
dominico inquisitorial, Blanco de Paz sin desdeñar el magistral trabajo de
Miguel Rellán mostrándonos la cercanía e indulgencia del clérigo Antonio de Sousa. Personaje real
que deja la mayor parte de las descripciones de Argel y de aquellos terribles
años de cautiverio.
La trama perfectamente encadenada deja un soberbio
final, moralista y de reflexión atemporal: la solidaridad y empatía colectiva
entre quienes sufren torturas y son privados de libertad forzosamente.
Pero sobre todo el valor de la lectura y la
construcción del relato como persuasión de la humanización de los seres crueles
o como evasión psicológica de víctimas o que pasan por tragedias y tormentos en
las inevitables guerras, conflictos y colonizaciones que siempre han sucedido.
Una experiencia por la que pasó el más célebre
escritor de nuestra lengua en tiempos de polarizaciones y de fantasmas que
parecen amenazar al mundo que nos rodea.
Una actualidad cada vez más radicalizada, digitalizada y deshumanizada cuyos poderes policéfalos se empeñan en crear absurdas confrontaciones religiosas e ideológicas ocultando los turbios intereses que marcarán nuestros destinos.
PD. He aquí tema principal de la película que me ha hecho descubrir al grupo Irmahan.