BIENVENIDO/A

Espacio de relajación y reflexión, el diván tiene sus orígenes en la antigüedad al discurrir a largo de las paredes de las viviendas romanas más acomodadas y constituir en la arquitectura palaciega islámica una estancia privada común para el reposo y el deleite.

"El diván de Nur" viene a ser un lugar virtual para la catarsis que provocan enclaves, historias, vidas, ciudades, sitios y paisajes del mediterráneo.


Una mirada introspectiva, retrospectiva y exploratoria por al-Andalus, el Magreb y la diversidad cultural del Mare Nostrum de una historiadora en permanente búsqueda

lunes, 8 de noviembre de 2010

El poder de Subh


Bote de Marfil que el califa al-Hakam II regaló a Subh en el año 962 tal y como dice la inscripción de la tapa: Bendición de Dios para el Iman Abd Allah al-Hakim al Mustansir billah, Príncipe de los creyentes. Esto es lo que ordenó se le hiciera a la Señora Madre de Abd al-Rahman al cuidado de Durri el Chico. Año de tres y cincuenta y trescientos.
Conocido como bote de Zamora por proceder de la Catedral de dicha ciudad, actualmente se conserva en el Museo Arqueológico Nacional


Esclava procedente del Norte de la península ibérica, Subh (llamada por las fuentes cristianas Aurora), llegó a la corte cordobesa probablemente con una nutrida formación intelectual o artística; virtud que pudo atraer la atención del viejo califa al-Hakam II.
Fruto de sus relaciones, Subh dio a luz un descendiente, que al poco tiempo falleció. La pérdida del pequeño príncipe no sirvió de reparo para que la cortesana consiguiera alegrar al califa con el alumbramiento de un nuevo heredero, Hisham, al que el califa sobreprotegió tanto como a la propia Subh, llamada cariñosamente con el nombre masculino de Ya’far porque vestía prendas que usaban los efebos del alcázar cordobés.

El pequeño y enfermizo Hisham siempre mantuvo en vilo a su padre, el califa más culto y erudito de los omeyas. La curación de viruela o la primera lección que recibió el niño en palacio eran motivo de regocijo para conceder limosnas o celebrar fastuosas fiestas en Córdoba.

Indudablemente Subh había sido la esclava favorita del califa, la mujer del harén que más amaba y a la que honró con el título de “la gran señora”; ( السيدة الكبرىا ) honor que no compartió con nadie más en la corte cordobesa.

Este privilegio y la presencia de su hermano en la administración omeya se convertían en recursos más que suficientes para disponer de cierta maniobrabilidad política en un espacio no exento de intrigas ante el empeoramiento de la salud del soberano.

La enfermedad que padecía el califa al-Hakam II, hacía que la densa actividad política andalusí recayera progresivamente en el primer visir Yafar al-Mushafi y en Almanzor, cuya descripción física coincidía con la del usurpador que según los vaticinios astrológicos derrocaría a los omeyas del trono: “El de las palmas amarillas y la cabeza rota”.

Subh confió plenamente en este apuesto mayordomo palatino que habiendo comenzado su carrera con el qadi de Córdoba, terminó ocupando distintos cargos de responsabilidad gracias al apoyo que le prestó la madre de Hisham al encomendarle la administración de sus bienes y posesiones.

Su inteligencia, belleza física y sagacidad deslumbró no sólo a la princesa sino a las concubinas del harén de las que el propio califa decía: “¿Por qué hábiles manejos se atrae este muchacho a todas mis mujeres y se hace dueño de su corazón? Aunque se vean rodeadas de todo el lujo del mundo, no aprecian más regalos que los que proceden de él, ni gustan de otras cosas de las que él les trae”.

Como se viene diciendo tradicionalmente, quizás mantuvo una relación sentimental con Subh que alertada por la minoría de edad de Hisham prefirió tenerlo como intermediario en los asuntos de gobierno a adversario tras la muerte del viejo califa al-Hakam II.

Por vez primera, una mujer tomaba las riendas del poder califal en al-Andalus eso sí, representada por Almanzor en quien la princesa se apoyó para garantizar la regencia de su hijo Hisham cuando alcanzase la mayoría de edad, máxime en un momento tan delicado en el que podía estallar cualquier revuelta.

De manera que entre los años en 976 y 996, Subh ejerció un poder político real, aún amenazada por las imparables ambiciones del que había sido su mayordomo, aquel a la que debía todo y dejaría después sin nada.

Si la princesa dominaba el alcázar califal, núcleo administrativo y económico, Almanzor, el ejército y la policía ; facciones desde donde planearía su próxima y efectiva estrategia. Ciertamente Subh, según nos transmite dikr bilad al-andalus, una crónica anónima árabe: “tenía el control del reino por la minoría de edad de su hijo y los visires no decidían nada sin consultarla ni hacían otra cosa que lo que les ordenaba”.Sin embargo las actuaciones de la señora iban quedando relegadas a un segundo plano por el vertiginoso ascenso del visir que en el camino hacia la cúspide no dudó en usar distintas artimañas para eliminar física o políticamente a quienes le hacían sombra.

La construcción en el año 978 de Madinat Al-Zahira, ciudad palatina a Oriente de Córdoba, mandada levantar por Almanzor, suponía la materialización de un nuevo gobierno donde él mismo planeó trasladar todas las instituciones del estado.

En sus ambiciosos planes sólo estorbaban Subh y el joven califa a quienes recluyó en el alcázar omeya y los aisló más si cabe del exterior circunvalando el palacio con un foso. Madre e hijo quedaban de este modo incomunicados y custodiados por un guardia que no permitía a nadie la entrada a tal inexpugnable morada.

Al lado de Almanzor el joven califa Hisham II casi se había convertido en un autómata, en una imagen sin significado y la princesa, cautiva, enojada en la jaula dorada, seguía los acontecimientos sin dar crédito a lo sucedido .
”¿No ves lo que está haciendo ese perro?” decía a Hisham a lo que contestaba el soberano. “Déjale que ladre por nosotros, es mejor”.
Subh no concebía cómo Almanzor, el que había respaldado en su vertiginosa carrera política traicionaba las leyes de sus antepasados contra el islam y la dignidad de los omeyas al asumir casi con totalidad las funciones que mermaban el poder de su hijo, el príncipe de los creyentes.
Sólo le quedaba una única arma en su lucha contra tal desafío, controlar la vida interna de palacio e iniciar un levantamiento contra el tirano a fin de recolocar a su hijo Hisham en su correspondiente sitio.

Debido a su marginación, la princesa Subh urdió un plan en unión con el Virrey de Africa Ziri Ben Atiya, por la cual se pretendía sustraer el tesoro privado de la familia real. Sabía que contra el autócrata no quedaba otra opción y ochenta mil dinares de oro, riquezas que durante siglos habían acumulado los omeyas, servían de refrendo a tal premeditada conspiración.

Con sigilosa astucia, ayudada por su hermano y una facción de eslavos palatinos, Subh consiguió que el robo casi pasara desapercibido a los ojos de los guardias que custodiaban el tesoro. Decididamente la princesa entró en la cámara y escondió las monedas en vasijas que cuidadosamente se cubrieron con una gruesa capa de miel, mermelada y otras salsas refinadas que se confeccionaban en palacio.

El plan no dio resultados y las intenciones de Subh llegaron prontamente a oídos de Almanzor que alertado ante una inminente rebelión de su adversaria, decidió reunir una fuerza militar que pernoctó en Madina al-Zahira.
Poco después, Abd al-Malik, hijo de Almanzor, con la aprobación de visires y alfaquíes procedió a trasladar todo el tesoro público a Madina al-zahira despojando así a Subh de su arma más potente.

Subh no daba crédito a lo sucedido y armada de valor se enfrentó verbalmente al primogénito del visir mientras éste callaba y tragaba su ira sin responder nada. Sólo un último y demagógico recurso le quedaba a la sayyida en la legítima defensa de Hisham: la distribución de limosnas, así como la compra de apoyos. Pero ya era demasiado tarde y desde entonces la princesa desaparece casi definitivamente de las crónicas árabes.
Un año después se la vio desfilar públicamente por las calles de Córdoba formando parte de un último cortejo presidido por Almanzor, Abd al-Malik y el califa Hisham que se mostró ante el pueblo con el rostro descubierto. Tradicionalmente las mujeres de los califas no solían verse en los actos públicos pero la imagen de una Subh sometida, despojada y postergada públicamente simbolizaba el poder relegado de una mujer por parte de aquel que la utilizó para adquirirlo.
No se sabe muy bien la fecha de la muerte de Subh.
Para algunos la princesa murió entre el año 998 y 999, mientras que para otros falleció después del año 1001.
Sólo las crónicas cuentan cómo Almanzor, el día de su entierro, caminaba descalzo junto al féretro depositando ante su tumba del alcázar califal la astronómica limosna de quinientos mil dinares.

©Virginia Luque Gallegos. Artículo publicado por Diario Córdoba en Septiembre de 2002 coincidiendo con el milenario de la muerte de Almanzor.